El origen de este espectacular fenómeno luminoso consistente en rápidas ondulaciones de luces y colores, reside en la confluencia de tres fenómenos: el viento solar, su interacción con las capas altas de la atmósfera y el campo magnético terrestre.
El viento solar no es otra cosa que un flujo de partículas protones, electrones y algunos elementos más pesados que escapan del Sol y llegan hasta la Tierra.
Dichas partículas, al colisionar con los átomos de los gases de los estratos más altos de la atmósfera, como el oxígeno y el nitrógeno, provocan su ionización.
Estos iones recién formados emiten distintas longitudes de onda, principalmente roja y azulada, los colores típicos de las auroras.
Por su parte, el campo magnético terrestre hace que el viento solar desvíe su trayectoria hacia los polos, puntos en los que estos espectáculos de luz son más frecuentes.
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