Ha pasado más de una década desde que los seres humanos han roto y descifrado su propio código genético.
Mientras esperamos a que la ciencia genética madure para ver súper humanos, tal vez deberíamos echar un buen vistazo a las vacas. En concreto, la Azul Belga.
Este musculoso animal es un monumento al poder genético de la cría selectiva.
Tiene un solo defecto genético, un gen de miostatina defectuoso, y este es responsable de su enorme masa, y ese defecto se aprobó con cuidado a través de la raza desde hace más de un siglo.
Antes de profundizar en la modificación del patrimonio genético humano, mejor aprendemos las lecciones que el trabajo con la Azul Belga nos ha enseñado: incluso las herramientas genéticas más primitivas son inmensamente poderosas, plantean serias preocupaciones éticas, y sus resultados son tan impresionantes como casi garantizar su uso.
Si bien esta metodología ha disparado severas controversias, lo cierto es que no se trata de una aberración científica, sino de la extensión de una anomalía presente desde hace siglos entre las razas vacunas del planeta.
Las variantes en la textura y el sabor son apenas apreciables si se las contrasta, con las carnes tradicionales.
La crianza transgénica de las Belgas Azules, sumado a la producción del tipo Feed Lot, son en realidad una esperanza a futuro para paliar las crisis alimentarias en vastos sectores de la población mundial, generalmente relegados.
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