El número 7 ha fascinado a la humanidad desde tiempo inmemorial. En una obra
titulada Siete, el número de la creación, Desmond Varley intentó, como otros
antes que él, reducir toda la realidad del mundo sublunar en el número 7.
Esta cifra consistiría, según esta teoría, en un ternario de principios
creativos (intelecto activo, subconsciente pasivo y el poder ordenante de
cooperación), y un cuaternario material que incluiría los cuatro elementos
(aire, fuego, agua y tierra) y sus correspondientes poderes.
Esta división del 7 en dos principios constitutivos, el 3 de lo
espiritual y el 4 de lo material, fue usada a menudo en la Edad Media
occidental, y es, de hecho la base de la división de las Siete Artes Liberales
en Trivium (Gramática, Dialéctica y Retórica) y Quadrivium (Aritmética,
Geometría, Astronomía y Música).
EL NÚMERO DE LA DIVINIDAD
Clemente de Alejandría decía que “de Dios, el corazón del Universo,
parten las indefinidas extensiones que se dirigen hacia arriba, abajo, derecha,
izquierda, adelante y atrás.
Dirigiendo su mirada hacia estas seis extensiones,
como hacia un número siempre igual, Él acaba el mundo; Él es el principio y el
fi n (el alfa y la omega); en Él se acaban las seis fases del tiempo y de Él
reciben su extensión indefinida; he ahí el secreto del número 7”.
Los pitagóricos consideraban al 7 como la imagen y el modelo del orden divino
y de la armonía en la Naturaleza. Era el número que contenía dos veces el
sagrado número 3, la “tríada”, al que se añadía el 1, la “mónada”: 3+1+3.
Del mismo modo en que la armonía de la Naturaleza resonaba en el Cosmos,
gracias a los 7 planetas, así también lo hacía en el plano de la música
terrenal, gracias a la escala musical de 7 notas.
La gradual reducción en el tamaño de los 7 tubos en la siringa del dios Pan
representaba la distancia entre los planetas y entre estos y la Tierra. Lo mismo
sucedía con la lira de Apolo, también de 7 cuerdas.
Otro concepto clásico es el que relaciona a la periodicidad con el 7, ya sea
en el caso de la música o en el orden de los elementos químicos. La idea de que
el crecimiento y el desarrollo humano tiene lugar en períodos de 7 es antigua.
Recordemos el concepto de las “7 edades del hombre”, por ejemplo. En un
tratado pseudo-hipocrático, al 7 se le llama “el número de la estructura
cósmica”. En el siglo XVII, sir Thomas Browne, el célebre médico a quien Borges
tanto admiraba, escribió que cada 7 años tiene lugar algún cambio en la vida de
la persona, ya sea físico, mental o ambos.
El tratado pseudo-hipocrático afirma
lo siguiente: “El número 7, a causa de sus ocultas virtudes, tiende a traer
todas las cosas a la existencia. Es el dispensador de la vida y la fuente de
todos los cambios; la misma luna cambia sus fases cada 7 días. Este número rige
sobre todas las cosas del mundo sublunar”.
7 era el número de “planetas” en la cosmología de la antigua Babilonia:
el Sol, la Luna, Mercurio, Marte, Venus, Júpiter y Saturno. Los zigurat, las
célebres pirámides escalonadas de Babilonia, constaban de 7 pisos; el templo
del rey sumerio Gudea recibía el nombre de “la casa de las 7 partes del mundo”,
y también tenía 7 niveles, para recordar al visitante las 7 esferas
planetarias.
En la América precolombina, el 7 era también un número sagrado. Los mayas
creían en un cielo de 7 niveles, y consideraban al 7 el número de la orientación
en el espacio. Según sus creencias, la unión de la mujer (3) y el hombre (4)
producía una unidad, el 7, dotada de vida. Aunque esta asociación del 3 y el 4
es algo diferente a la que prevalecía en Asia y Europa, donde 3 es el número
masculino y 4 el femenino el resultado es el mismo: el 7, el organismo vivo.
ANALOGÍAS MITOLÓGICAS
El número 7, como número de los planetas conocidos, tiene sus analogías
mitológicas en varias tradiciones espirituales de la Antigüedad, con el mismo
número de dioses, héroes o sabios (los famosos “siete sabios de Grecia” son
quizá el ejemplo más conocido), que simbolizan el heroísmo o, en el caso de
estos últimos, la sabiduría creativa.
A los planetas debemos sumar las 7 estrellas de las Pléyades, que se
pueden contemplar a simple vista.
A pesar de algunas posibilidades negativas
(recordemos los 7 demonios que, según los Evangelios, habían poseído a María
Magdalena), el 7 suele ir siempre acompañado de poderes positivos. En Babilonia
era un número de perfección y plenitud, y en Egipto 7 eran los caminos que
conducían a los estados paradisíacos.
Asimismo, el 7 es el número bíblico por antonomasia. No en vano, se cita
en el Antiguo Testamento en más de 500 ocasiones.
Ejemplo de ello es la
referencia a que en la séptima generación después de Adán aparece Lamec, que
vive 777 años y debe ser vengado “70 veces 7” (Gen. 4:24), así como los 7
escalones que llevaban hasta el Templo de Salomón que, sin duda, se corresponden
con los 7 niveles de los templos babilónicos.
Tampoco se puede olvidar que la
paloma que envía Noé permanece fuera del arca 7 días, el mismo tiempo que tarda
Dios en preparar el Diluvio, y que durante el gran sacrificio expiatorio en
el antiguo Israel, la sangre se salpicaba 7 veces. A estas referencias se añade
la de bodas como la de Sansón (que peinaba su cabello con 7 trenzas), que duró 7
días, al igual que los duelos por una muerte.
Cambiando de tema, esta idea de que el alma necesita 7 unidades de tiempo
para desprenderse definitivamente del cuerpo puede encontrarse también en otras
partes del globo.
Uno de estos lugares es China, donde los rituales por los muertos se
llevan a cabo 7 veces el día séptimo tras el fallecimiento. Y es que el 7 lo
contiene todo, tal y como reseña el Libro de los Proverbios, que habla de los
7 Pilares de la Sabiduría, y cuando el profeta Zacarías habla de los 7 ojos de
Dios, utiliza esta imagen para evocar la omnipresencia y la omnisciencia de la
Divinidad.
Pero el 7 es mucho más que un número primo, ya que se puede extender
hasta el 70. Ya en el Antiguo Testamento se hablaba de 70 naciones y 70 jueces
del Sanedrín. Una expansión aún mayor la encontramos en los 70.000 velos de
luz y tinieblas que, en la tradición sufí, separan al hombre de Dios. También en
la idea de que Dios recibe las alabanzas de ángeles con 70.000 cabezas, cada una
de las cuales tiene 70.000 rostros, cada uno de ellos con 70.000 bocas con
70.000 lenguas que le alaban en 70.000 lenguas diferentes.
En la descripción de los estados paradisíacos e infernales también
abundan descripciones en las que el 7 tiene un lugar destacado. Esto se
demuestra en el hecho de que el 7 sea relacionado con la pureza. “Las
palabras de YHWH son palabras puras, plata purificada, purificada 7 veces”, dice
el salmista en el salmo 12. Estas palabras, entre otras, inspiraron a los
cabalistas en su búsqueda de una interpretación más profunda de las
expresiones y narraciones bíblicas.
Según el Zohar, las 7 sefirot inferiores del Árbol de la Vida están con
sus manifestaciones históricas bajo los aspectos de Abraham, Isaac, Jacob,
Moisés, Aarón, José y David. Del mismo modo, la construcción del Templo de
Salomón, que duró 7 años, está relacionada con las 7 sefirot mencionadas.
En el Antiguo Testamento, la muerte de Caín sería vengada 7 veces, pero el
Evangelio habla de perdonar 70 veces 7. Septem verba (“7 palabras”) son las 7
últimas frases que Jesús pronunció durante su crucifixión, antes de morir, 7
los panes que multiplica en el célebre milagro y 7 las espuertas de sobras que
se recogen tras el mismo.
En el Libro del Apocalipsis, el cordero victorioso tiene 7 cuernos, son 7
los sellos que se han de abrir, y 7 las cartas que se envían a las 7 iglesias.
Finalmente, 7 trompetas soplan para anunciar el día terrible del Juicio
Final.
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