Una teoría muy aceptada y un poco romántica sobre esta costumbre indica que se originó en la antigua Grecia para venerar a Artemisa, diosa (entre otras cosas) de la Luna, aunque no necesariamente para festejar un cumpleaños, sino para solicitar intervención divina.
Para que la diosa escuchara y cumpliera el deseo se le ofrendaba un pastel de miel con forma redonda que asemejaba al satélite y se adornaba con un cirio encendido; entonces se formulaba el deseo en silencio para que nadie más lo supiera y, en tal caso, deseara a su vez que Artemisa no lo consumara.
El sacerdote del templo soplaba la vela para que el humo ascendiente llevara el mensaje hasta la Luna y, ¡listo!, mensaje entregado.
Sin embargo, y desde una perspectiva histórica, los vestigios más antiguos encontrados hasta ahora de una vela pertenecen al siglo II a.C. en China y no en Grecia.
La referencia histórica documentada más antigua sobre esta costumbre proviene del siglo XVIII en Alemania, cuando al celebrar el Kinderfest (fiesta de cumpleaños para un niño), se llevaba a los infantes a un salón o auditorio, donde se hacía mucho ruido con canciones, aplausos y risas para alejar a los malos espíritus.
En 1746, el viajero Andrew Frey presenció el cumpleaños del conde Ludwig von Zinzendorf de Marienborn y describió a detalle la fiesta en sus memorias; "Había un pastel tan grande como cualquier horno pudiera encontrarse para hornearlo, y hoyos hechos en el pastel de acuerdo con los años de la persona, cada uno con una vela y otro más en medio para otra vela que representaba buenos deseos en el año que se iniciaba".
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