En prácticamente todos los continentes podemos encontrar alusiones al mito de las sirenas: criaturas híbridas cuyo cuerpo es por lo general representado con forma
humana hasta el vientre y cola de pez.
Sin embargo, no todas las características coinciden con esta imagen.
En la Antigüedad se denominaba de este modo a todo ser compuesto por partes femeninas (como era el caso de las centauras).
A las sirenas clásicas (en la tradición greco-oriental) también se las presenta como seres híbridos, la cabeza de mujer, el cuerpo revestido de plumas y patas de pájaro.
Estas monstruosas ninfas de deliciosa voz, mencionadas por Homero en su Odisea
(800 a. C.) y derrotadas por Orfeo cuando intentaron hechizar a los Argonautas, cambiarían radicalmente al perder su plumaje y sumergirse en las profundidades del mar.
La causa de esta mutación es rescatada en el Diccionario de Mitos, de Carlos García Gual: tras una disputa entre musas y sirenas, estas últimas serían desplumadas y arrojadas al océano.
Otra razón la ofrece el historiador y ensayista alemán Erwín Panofsky retomando a las figuras femeninas del imaginario celta relacionadas con el agua.
Pero quizá las raíces de la sirena como nosotros la conocemos (y de su contraparte masculina. el 'Tritón', mancebos con cola de pez) se encuentren en la figura de Oannes, dios mitad humano y mitad pez de las culturas sumeria, babilonia y caldea, que enseñó a los hombres matemáticas, letras y otras artes, y de su versión femenina, Atargatis.
No se sabe en realidad qué motivó la mutación de aves a 'anfibios' de estos seres.
Algunos autores coinciden en que a partir de la aparición del Libro sobre los diversos
géneros de monstruos (escrito en el siglo VI d. C.) las sirenas adoptaron la forma que
actualmente vemos, perdiéndose en la memoria las terribles mujeres pájaro.
Esta nueva figura de ensortijados y húmedos cabellos fue usada durante la Edad
Media para encamar simbolismos como la tentación, el deseo de la carne o la vanidad (de ahí que comúnmente se les vea representadas sosteniendo un espejo y un peine).
Eran vistas como seres siniestros y carentes de alma cuya enigmática voz al igual que las sirenas clásicas, hechiza al hombre y lo arrastra hasta las "profundidades de los sentimientos, de las emociones", como expresa J.C. Cooper en su libro Cuentos de hadas.
Se trata de una representación de la sexualidad y la feminidad, que según las ideas religiosas del Medievo, sólo conducían al pecado y a la muerte.
El experto en mitología Juan Eduardo Cirlot ahonda en el tema y las concibe como símbolos de las tentaciones "en el camino de la vida (la navegación), que impiden la evolución del espíritu reteniéndolo en la muerte prematura".
Nadia Julien, en su Enciclopedia de los mitos, simpatiza con esta idea y las llama "la mujer fatal", seductoras pérfidas que acarrearán, a quien las siga, la muerte física o espiritual.
Como vemos, el cambio no sólo fue en su forma, sino también su función en el imaginario mítico se vería modificada.
Tal transformación más adelante tendría otra cara con la llegada del cuento The Little
Mermaid (La Sirenita, 1856), de Hans Christian Andersen, la trágica historia de la joven sirena que renuncia a su voz por un par de piernas humanas y el amor de un mortal.
Bajo esta vertiente Cirlot observa uno de los aspectos más nefastos del deseo que estas semimujeres despiertan: son capaces de excitar en los hombres un anhelo que ellas mismas no sienten y que al final "su cuerpo anormal no podrá satisfacer".
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