Existen pocos lugares en nuestro planeta como el altiplano que une a Bolivia y Perú, donde jamás existieron fronteras hasta que el hombre se empeño a ellas.
Dice la geología que este inmenso salar en mitad de la cordillera andina, hace algunos cuarenta mil años fue un descomunal lago de 12,000 km2 que se secó, creando este mar estéril de formas elegantes que parece sacado de una cinta de ciencia ficción.
Pero existe una antigua leyenda sobre este inmenso desierto blanco, según reza es producto de la pena.
En el tiempo de los antiguos dioses en este rincón del altiplano habitaba una joven llamada Tunupa.
Los celos y la envidia de unas mujeres con malas intenciones secuestraron a sus hijos.
Nunca aparecieron, así que Tunupa empezó a llorar con tanto dolor, que las lágrimas crearon el lago Ballivián que es el que hubo aquí hasta hace los ya referidos 40,000 años.
Los dioses de esa época, que como bien se sabe eran crueles, decidieron castigar a las envidiosas, convirtiendo aquel mar de lágrimas en el descomunal océano de sal que es ahora, condenando a morir a los habitantes de la región, que ya no pudieron cultivar sus campos jamás.
A Tunupa, para que el recuerdo de su tristeza no se perdiese, la convirtieron en el majestuoso volcán que se asoma en el horizonte desde sus 5,432 metros sobre el nivel del mar.
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