En los últimos años son muchos los estudiosos, físicos en su mayoría, que están convencidos de que una gran cantidad de sucesos que se salen de lo normal para entrar en el difícil y controvertido campo de lo paranormal no dejan de ser producidos por inteligencias de otras dimensiones, seres que habitan en esos otros mundos que se encuentran en el nuestro a los que décadas atrás se refería el poeta francés Paul Éluard.
Desde el punto de vista de la física teórica esta explicación seria más plausible que pensar en alienígenas de lejanos planetas o en demonios salidos del infierno que se manifiestan a través de la ouija.
Científicos modernos como Roger Penrose hablan de la existencia de once dimensiones y de que sólo cuatro de ellas perfilan el mundo tal y como lo conocemos (espacio tridimensional más el tiempo).
Es por tanto posible especular con multitud de formas de vida inimaginables, muchas de ellas desconocidas y por tanto interpretadas de manera casi absurda por una mente acostumbrada a integrar, asociar y completar las informaciones con modelos adquiridos producto de nuestro aprendizaje.
Henri Bergson defiende que percibimos virtualmente muchas más cosas de las que percibimos ordinariamente y que es nuestra mente la que aparta de nuestra conciencia todo aquello que no tiene un interés práctico para nuestra mera supervivencia.
Al mismo tiempo. Bergson deja entrever la posibilidad de que nuestra conciencia asociada a la vida no desaparezca con la muerte sino que simplemente se desorganice al disociarse del cuerpo.
De este modo, aceptando la existencia de hasta 11 dimensiones y de que al percibir únicamente 3 o 4 podemos no ser conscientes de lo que está ocurriendo en el resto, y menos aún que lo que supuestamente haya en las mismas puede interactuar en nuestra realidad, ello podría explicar la incertidumbre que en la mayoría de las ocasiones causan los sucesos sin explicación.
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