Al sur de San Antonio, Texas, cerca de la misión de San Juan, se da la intersección entre una carretera y las vías del ferrocarril.
Esa encrucijada ha cobrado fama como un sitio fantasmal a partir de una leyenda urbana generada durante la primera mitad del siglo XX.
Se dice que en las décadas de 1930 o 1940 un autobús escolar quedó encarrilado accidentalmente en las vías del ferrocarril; es decir, sus llantas se atoraron en éstas y le impidieron moverse en otra dirección.
Entonces llegó el tren, impactó al autobús y provocó la muerte de diez niños que viajaban en él y la del chofer que lo conducía.
Afirman los que creen en esta historia, que las almas de los difuntos andan por ese lugar y empujan a los automóviles que pasan por él para evitar que se enrielen y la tragedia se repita.
La leyenda se ha convertido en parte del folclore local y es común que los conductores que llegan a ese punto detengan su auto y pongan la palanca de velocidades en posición neutral para sentir si en efecto una fuerza no identificada los empuja.
Aunque el camino asciende (por lo que el movimiento no puede achacarse a la inercia o a la gravedad) los autos, al parecer, son impelidos hacia adelante.
La leyenda se complementa con una posible prueba física: si después de vivir la experiencia el auto es espolvoreado con talco o arcilla seca muy fina, será posible detectar las marcas de la manos y pies de los chicos que lo impulsaron.
A pesar de que la leyenda ha sido enriquecida con testimonios y anécdotas de numerosos conductores, los escépticos han logrado probar que el camino cuenta con una inclinación ligera e imperceptible a la vista.
Sin embargo, el elemento más fuerte en detrimento de todo este asunto es que no existe ninguna evidencia histórica y segura del accidente que le dio origen.
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