Los neoyorquinos han encontrado una nueva forma de luchar contra el calor en este verano boreal: zambullirse en volquetes de basura... llenos de agua fresca.
Bautizados como dumpster diving, un término usado habitualmente por quienes buscan dentro de los contenedores de basura para recuperar comida y todo tipo de objetos, este original concepto fue implementado en un terreno baldío de del barrio de Brooklyn, al sudeste de Manhattan.
Pero el sitio exacto de esta mini "playa neoyorquina" es mantenido en estricto secreto. Solo los vecinos corren la voz, y la disfrutan alegremente.
Los recipientes son nuevos y no están llenos de desechos sino de agua clara y tan limpia como la de una piscina.
"Ponemos arena en el suelo, luego el volquete arriba, y lo llenamos de agua, cerca de 300 mil litros. Luego consolidamos la estructura y construimos la terraza. Y abajo están los filtros para limpiar la piscina", explica Jocko Weyland, director artístico de Macro Sea, la sociedad de diseño urbano en el origen del proyecto.
El resultado es atractivo. El baldío se ha transformado y cada vez más niños del barrio se acercan para aprovechar este pequeño paraíso de frescura.
"¡Es lo máximo! Es la primera vez que vengo. ¡Los dumpsters son geniales!", dice un niño satisfecho, en medio de las salpicaduras, los salvavidas de colores y los gritos de alegría.
Un profesor de natación asegura el cuidado de los niños que saltan y nadan.
El espacio de la "piscina" está dividido en dos: de un lado tiendas sobre el suelo de hormigón, del otro, un depósito industrial lleno de material fuera de uso.
El dumpster diving forma parte de un proyecto más amplio destinado a revalorar las zonas urbanas abandonadas, subrayó David Belt, director de Macro Sea.
"En este oasis hay muchos locales y centros comerciales abandonados e intentamos encontrar un medio de revalorar estos espacios. Decidimos entonces experimentar, este verano, con algo que eventualmente podríamos instalar en un parking o un gran centro comercial abandonado o cerrado debido a la crisis económica", explicó.
La experiencia no es demasiado cara. El precio del alquiler del terreno es económico, los contenedores fueron prestados hasta el final del verano por el fabricante. Solo fue necesario comprar un poco de madera, cubiertas de lona y tres bombas. Lo más caro fue el agua: mil 300 dólares.
No se trata del primer proyecto de los tres urbanistas de Macro Sea, pero hasta ahora éstos estaban instalados en zonas periféricas abandonadas. Y si el verano es especialmente tórrido en Nueva York u otras ciudades, la idea podría extenderse...
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