Tras la desaparición del Muro de Berlín, muchos de los obstáculos comerciales y políticos que dividían al mundo fueron cayendo rápidamente. La llamada “aldea global” comenzaba a percibirse más unida e integrada que nunca, también gracias a la revolución en los medios de comunicación de masas. Paradójicamente, al tiempo en que la globalización extendía sus efectos, sobre todo financieros y comerciales, un rosario de muros fue surgiendo a modo de respuesta.
En la historia no faltan antecedentes de barreras artificiales. La Gran Muralla China, construida sobre todo a partir del siglo XIV para mantener apartadas a las tribus del norte hasta la conquista de los manchúes en el siglo XVII. El muro de Adriano, de 4,50 metros de alto y 117 kms. de longitud, evitó que las tribus escocesas sembraran el caos en la Britania romana desde el año 122 hasta el 367. El infame muro que rodeaba a los 400 mil judíos hacinados en el gueto de Varsovia. El muro de Leda Street, que apartaba a grecochipriotas de turcochipriotas en el corazón de Nicosia.
Pero lo que llama la atención y debería mover a una honda reflexión son las barreras que han surgido en las fronteras de este mundo que se dice "globalizado": entre EEUU y México, Marruecos y Argelia, Zimbabue, Sudáfrica y Botsuana, Arabia Saudí y Yemen, Arabia Saudí e Irak, Turquía y Siria, India y Paquistán, Brasil y Paraguay, España y Marruecos. Y dentro de territorios no limítrofes en Cisjordania, Brasil, Irak…
Muros, vallas y barreras de toda índole que nos dividen, que hablan tanto de las hirientes diferencias sociales de este mundo en el que mil millones de personas viven con menos de un euro al día y 2.800 millones lo hacen con menos de 2 euros, como de la falta de solidaridad, de tolerancia, de empatía, de ver con los ojos abiertos los desafíos de nuestro tiempo, y del racismo y la intolerancia. El muro como negación del otro y sus circunstancias, como postergación de problemas políticos.
martes, marzo 31, 2009
Un muro para las favelas de Río de Janeiro
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