El arroz constituye 20% de la dieta en Haití, y ese porcentaje aumenta. En 1981, el país importó 16 000 toneladas. Hoy se introducen más de 350 000 al año. En el país, se produce menos de un cuarto del que se consume.
“Tè a fatige”, dijo 70% de los granjeros haitianos en una encuesta sobre sus problemas agrícolas más importantes. “La tierra está cansada.”
Y no sorprende. Casi desde 1492, cuando Colón pisó por primera vez la muy arbolada isla de La Española, la nación ha ido perdiendo tanto tierra como sangre, primero por los españoles, que plantaron azúcar, y luego por los franceses, quienes talaron los bosques para proporcionarles lugar a los lucrativos plantíos de café, índigo y tabaco. Incluso después de que los esclavos se rebelaron en 1804 para sacudirse el colonialismo, Francia recibió 93 millones de francos de su ex colonia como indemnización, la mayoría en madera. Después de la independencia, especuladores y plantadores de la clase alta expulsaron a las clases campesinas de los pocos valles fértiles hacia las zonas rurales boscosas y escarpadas, cuyas estrechas parcelas cultivadas intensivamente con maíz, frijol y yuca se combinaron con una industria creciente de carbón vegetal y madera para combustible que exacerbó la deforestación y la pérdida de suelo. Hoy queda menos de 4% de los bosques de Haití y en muchos lugares el suelo se ha erosionado hasta la capa rocosa. De 1991 a 2002, la producción alimenticia per cápita ha disminuido 30 por ciento.
¿Qué haces si vives en el país más pobre del hemisferio occidental y el precio del principal carbohidrato –el “arroz de Miami” de EUA– se duplica? La mayoría de las veces, tendrás hambre y verás que a tus hijos les pasa lo mismo.
Pero hay más en juego que la capacidad del suelo haitiano para alimentar a una nación hambrienta. Los países importadores de alimentos también sufren el vertiginoso encarecimiento de los productos básicos, lo que ha motivado un serio cuestionamiento acerca de los objetivos de los programas de asistencia agrícola que se han enfocado más en reducir las tarifas e incrementar los cultivos para exportación que en ayudar a las naciones pobres a alimentarse a sí mismas.
“Así debe ser”, aseveran los funcionarios. “La autosuficiencia alimentaria no es necesariamente el objetivo –dice Beth Cypser, subdirectora de la delegación en Haití de la Agencia Estadounidense de Desarrollo Internacional–. Hay comida en el país. Sólo que el precio es muy alto. Si para ellos tiene sentido económicamente vender mangos e importar arroz, es lo que deben hacer”.
La ecologista Sasha Kramer advierte que el problema es que los agricultores haitianos no pueden vender suficientes mangos para costear el arroz importado. Para fomentar la producción de alimentos, Kramer y sus colegas crearon Sustainable Organic Integrated Livelihoods (SOIL), que construye retretes de composta en comunidades rurales para refertilizar los campos. “Si los haitianos produjeran más localmente –dice– , no serían tan vulnerables a los precios de la comida importada”.
Hasta entonces, Haití representa una dolorosa lección de lo que los científicos del suelo han predicado por años: “Cuando se pierde el suelo de una nación, también la nación se pierde”.
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lunes, septiembre 29, 2008
Haití: Tierra pobre
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