Frases celebres de Julio César :
Prefiero ser el primero en una aldea que el segundo en Roma.
Amo la traición, pero odio al traidor.
Los hombres creen gustosamente aquello que se acomoda a sus deseos.
Julio César nació en una familia patricia, César estaba emparentado con algunos de los personajes más influyentes de la época, como su tío Cayo Mario, quien lo ayudó a iniciar su carrera política.
En el año 63 a. C., César fue elegido praetor urbanus (administrador de justicia entre los ciudadanos) y después viajó a Hispania, donde encabezó una campaña militar contra los lusitanos.
En 59 a. C. fue nombrado cónsul con el apoyo de Craso y Pompeyo, con los que tiempo más tarde formaría el Primer Triunvirato romano.
De héroe a dictador
Poco después, logró que lo nombraran procónsul de las provincias de Galia Transalpina, Iliria y Galia Cisalpina y desde ese cargo luchó contra los pueblos nativos y los sometió. Aquel conflicto bélico, conocido como la Guerra de las Galias, culminó con la batalla de Alesia, en la que aplastó los últimos focos de oposición dirigidos por Vercingétorix.
La victoria de César incrementó los territorios del Imperio con la nueva provincia de la Galia y consolidó su poder e influencia entre las legiones romanas.
Pero, a pesar de sus éxitos, César no era muy popular en la metrópoli, en particular entre los conservadores, que lo veían como un hombre profundamente ambicioso que no se frenaría ante nada hasta llegar a la cúspide del poder.
Sus enemigos maniobraron en el Senado de Roma para que lo despojara de su ejército.
En aquel momento crucial, César desoyó las órdenes del Senado y cruzó el río Rubicón junto a sus hombres.
Fue entonces cuando pronunció la histórica sentencia “Alea iacta est” (“La suerte está echada”).
Aquella decisión fue lo que provocó la Segunda Guerra Civil de la República, en la que César se enfrentó a su viejo aliado Pompeyo.
Lo persiguió hasta el puerto de Brundisium, en el sur de Italia, pero Pompeyo logró replegarse hacia Grecia.
Sabiendo los apoyos que tenía en Hispania, César se dirigió hacia la península Ibérica para derrotar a los seguidores de su rival.
Tras varias escaramuzas, el conquistador de las Galias se enfrentó a sus enemigos en la batalla de Ilerda (cerca de la actual Lérida), en la que logró una aplastante victoria.
Una vez que aseguró la retaguardia en Hispania, Julio César se encaminó a Grecia para dar caza a Pompeyo y sus hombres.
El 10 de julio de 48 a. C. fue derrotado en la batalla de Dirraquium, pero Pompeyo no supo sacar ventaja de su victoria; dejó escapar a su enemigo con su ejército, que estaba prácticamente intacto.
El choque final se produjo el 9 de agosto de aquel mismo año en la batalla de Farsalia.
César barrió a las tropas de Pompeyo, aunque este pudo huir a Egipto. Lo mismo hicieron otros dos grandes enemigos suyos, Cecilio Metelo y Marco Porcio Catón, que lograron escapar al norte de África.
Tras la batalla de Farsalia, César volvió a Roma y fue nombrado dictador, con Marco Antonio como magister equitum (lugarteniente y jefe de caballería).
En 47 a. C. dirigió su ejército hacia Egipto para acabar con Pompeyo, pero este ya había sido asesinado meses antes.
Durante su estancia a orillas del Nilo, el dictador romano intervino en la política del país e impuso como reina a Cleopatra, con la que tuvo un tórrido romance.
Tras la campaña de Egipto, César se encaminó a Asia para enfrentarse a los ejércitos del rey del Ponto en la batalla de Zela, momento en el que, según afirma el historiador Suetonio, pronunció otra célebre frase: “Veni, vidi, vici” (“Vine, vi y vencí”).
Con ella proclamaba la totalidad de su victoria, si bien algunos historiadores creen que también se puede interpretar como una expresión de desdén de César hacia el Senado.
De hecho, su poder era de tal magnitud que esta institución se convirtió en una simple asamblea consultiva, cuyo cometido era aprobar resoluciones que el dictador solía pasar por alto.
Julio César regresó victorioso a Roma a mediados de 46 a. C. con motivo de su triunfo, ordenó que cada legionario recibiera cinco mil denarios; diez mil los centuriones y a cada tribuno y prefecto, les correspondió veinte mil.
A muchos de estos hombres les cedió terrenos para establecer colonias en las Galias.
Los romanos también pudieron disfrutar con luchas de gladiadores, carreras de cuadrigas y espectáculos de caballos adiestrados.
Pero en invierno estalló una rebelión en Hispania encabezada por los hijos de Pompeyo.
Ante el peligro de que se extendiera la animadversión a otros rincones del Imperio, César viajó a la Península acompañado de un gran ejército.
En la batalla de Munda sofocó aquel peligroso levantamiento y pudo volver a Roma.
En el apogeo de su poder, el dictador impulsó el desarrollo de la ciudad, reformando numerosos edificios públicos y construyendo nuevos complejos en el Foro.
En aquellos días comenzó una campaña propagandística contra él, en la que se afirmaba que el dictador quería instaurar de nuevo la monarquía para proclamarse rey de Roma.
En ese ambiente se fue gestando la conspiración para asesinarlo: muchos senadores vieron a César como un tirano que ambicionaba restaurar los modos y usos del pasado romano.
Ante la amenaza de que acabara con la República, un grupo de senadores y antiguos lugartenientes suyos ideó entonces un complot para terminar con su vida.
Pero no todos los que participaron en el magnicidio lo hicieron en defensa de la República.
En realidad, los conspiradores actuaron por razones diversas. Algunos se involucraron para alcanzar mayores cotas de poder, otros por verdadero sentido republicano y un pequeño grupo para vengar la muerte de su líder, Pompeyo.
Entre ellos se encontraba Bruto, hijo de Servilia Cepionis y según algunas fuentes del propio César; en la obra de Shakespeare sobre el magnicidio, César se dirige al hijo de Servilia diciéndole: “¡Tú también, Bruto, hijo mío!”, una tradición establecida por Suetonio.
El general fue apuñalado, mientras presidía una reunión del Senado.
Documentos romanos antiguos sitúan el asesinato de César en la Curia del Teatro de Pompeyo, en Roma.
El emperador Augusto ordenó poner en el centro de dicho edificio una gran estructura para homenajear a César, que era su padre adoptivo.
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