Por la carretera que lleva a las pirámides de Teotihuacán se llega a la Hacienda de San Miguel Ometusco. En realidad no hay mucho qué hacer, sólo descansar y desintoxicarse
de la ciudad. No recomendado para hiperactivos. Tampoco para gente de alma solitaria .
Un par de noches en pareja, el libro que nunca se ha podido leer por falta de tiempo y un reproductor MP3 es el plan perfecto. ¿Los niños? mejor que se queden con los abuelos.
Apenas son 35 habitaciones, todas bautizadas con nombre propio. Unas se ubican en el
área del jardín, otras en el jardín botánico de cactáceas.
No hay que esperar lujo en los aposentos pintados en naranja o pistache. Mientras el huésped se baña en la regadera de alguna de las habitaciones más amplias puede
mirar al cielo a través de un tragaluz .
Las comidas son lo mejor, por su sabor sino y por que ya están incluidas en la tarifa. Hay pozole, mixiotes y platillos por el estilo a la hora del desayuno, tipo buffet .
Por las noches hay que abrigarse porque el viento arrecia. El bar cierra temprano, así
que es mejor llevar consigo un par de botellas de vino, por si acaso, o para acompañar la noche a la luz de una fogata.
En el día renten una cuatrimoto o pasear a caballo. Por su cuenta pueden visitar Teotihuacán (a cinco minutos de la hacienda), o quedarse y pasar un rato leyendo en una de las bancas del jardín botánico de cactáceas que se presta muy bien para unas fotos.
Para pasar la tarde pidan un juego de mesa y siéntense en sus sillas de columpio que están
entre las pequeñas fuentes del jardín. También se cuenta con alberca climatizada.
La hacienda está en medio de la nada, el poblado más cercano está a seis kilómetros. Hay que ir preparado con pilas, botanas y bebidas por si piensan en largas charlas nocturnas.
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